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Como el de Asís, el Francisco sudamericano también «se desnudó» frente a la gente

Cuando el 13 de marzo de 2013, el argentino Jorge Bergoglio fue el elegido para suceder a Benedicto XVI, que había renunciado al papado, una de las primeras cosas que dijo fue que quería ser llamado Francisco, en honor al santo italiano de Asís.

Su formación y estirpe jesuita lo ligaban ya a la austeridad y la entrega, pero el componente franciscano le agregaron un nuevo matiz a su perfil. Bergoglio, que ha sido el primer papa jesuita de la historia, también eligió ser Francisco como un gesto de despojo.

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“Cristo está al lado de los pobres; no a través de la violencia, de los juegos de poder, de los sistemas políticos, sino por medio de la verdad sobre el hombre, camino hacia un futuro mejor” decía el documento firmado en 1979, en Puebla, por los adeptos a la Teología de la Liberación, cuyos principales popes se habían reunido en esa ciudad mexicana, en el marco de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

¿Qué mensaje quería entonces enviar el primer Papa de la historia que había alumbrado el hemisferio sur? El del despojamiento.

San Francisco, el creador de la orden Franciscana, la orden de las Hermanas Clarisas y la Orden Franciscana Seglar, había venido al mundo en 1181, en plena edad Media, como Giovanni di Pietro Bernardone. Su padre era uno de los comerciantes de telas más prósperos y ricos de esa ciudad de la provincia de Perugia y tanto ornato al hijo terminó por sobrarle.

San Francisco, según el fresco de Giotto.

Francisco rechazaba los lujos innecesarios de los ministros de la Iglesia de su tiempo, cuando los señores feudales seguían siendo un instrumento de poder paralelo a la Iglesia. Eran los albores de las Cruzadas, esa extensa y oscura épica de heroísmo, caballería y cristiandad.

Lejos de todo eso, Francisco de Asís era literalmente un mendigo, un monje mendicante que había extremado los votos de pobreza, sin posesiones, sin tierras, ni propiedades terrenales de ninguna especia. Su influencia fue enorme en la mayoría de los católicos e incluso fue el marco de una nueva ética cristiana, en contraste con la exuberancia que venía demostrando impúdicamente la Iglesia. Esa línea franciscana de despojamiento continuó hasta el siglo XIV.

Si bien Francisco era el típico joven hijo de un burqués rico (hablaba latín, despilfarraba, tuvo buena educación e incluso soldado que participó en los enfrentamientos contra las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico), un viaje por Apulia, en 1205, le cambió su percecpión del mundo. Sobre todo, dicen, cuando estuvo en contacto con los leprosos.

Asís, en la provincia italiana de Perugia. Fancisco fue soldado y defendió su ciudad con las armas antes de abrazar la fe.

Se dijo incluso que fue en ese mismo viaje cuando un crucifijo de la capilla de San Damián “le habló” para decirle: “Francisco, vete y repara mi iglesia, que se está cayendo en ruinas”. Cosa que hizo, tras vender su caballo y las telas de su padre, quien inmediatamente comenzó a creer que su hijo estaba loco. Entonces lo hizo apalear y lo encerró.

La madre liberó a Francisco, pero cuando el padre se enteró el doble castigo no se hizo esperar y el joven terminó en una corte eclesiástico.

El tribunal le solicitó que devolviera el dinero de su padre, cosa que hizo delante de él y del obispo de Asís, Guido.

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Dice la leyenda que su gesto fue acompañado por otro más contundente: desvestirse delante de los jueces para entregarle hasta la última de sus posesiones. Proclamó entonces a Dios como su Padre verdadero a partir de entonces. El obispo lo abrazó y envolvió su desnudez con su ropa episcopal. Desde entonces, su vestimenta fue extremadamente sencilla, casi harapienta.

Se dice que la iglesia de Porciúncula era su preferida. Allí, probablemente en 1208, escuchó las palabras del Evangelio de San Lucas: “No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos…» mensaje divino que lo inspiró a reconstruir iglesias desvencijadas, además de seguir predicando la austeridad.

San Francisco, según Francisco de Zurbarán (1660).

Contra lo que pensaron algunos poderosos de su tiempo, Francisco de Asís tenía gente que lo escuchara y en cuestión de meses, su orden sumó otros devotos fervientes como él.

Los frailes atendían a los leprosos –con los que nadie quería tener contacto- y no pedían donaciones a los poderosos. En grupos de a dos iban por la calle pidiendo una limosna y también de a dos predicaban el Evangelio. Para subsistir, trabajaban en huertos o hacían faenas pesadas en los monasterios y casas de familias. Para las necesidades cotidianas hacían una colecta de limosna.

En esa dirección fue que Francisco, el Papa número 266 de la historia política de la Santa Sede.

Asís, la ciudad de Perugia en donde nació Giovanni di Pietro Bernardone, San Francisco de Asís, en 1182.

Empezó su pontificado dando misa, rezando y pidiendo residir en la Casa de Santa Marta y no en el Palacio Apostólico, morada de todos los Papas anteriores desde 1903.

En las primeras audiencias públicas no recibió mandatarios sino chicos de pueblos pobres de Italia. Como los de Volturara Irpinia, que llegaron desde el sur con el cartel «¡Tutti pazzi per Francesco! » (todos fascinados por Francisco).

La casa de San Francisco. El Papa Francisco pídió vivir en Santa Marta (izq.), en vez de seguir la tradición de residir en el pretensioso Palacio Apostólico tradicional (der.).

Francisco inspiró confianza desde el primer día, en el 84% de los italianos, según una encuesta de 2013 e incluso entre el 62% de los no católicos. No solamente en Italia sino en iglesias de otros países, ir a misa empezó a ser una salida familiar e incluso entre jóvenes, gracias a su famoso “hagan lío”, que trajo un aire juvenil en los sombríos claustros romanos.

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La sencillez cotidiana que caracterizó a San Francisco, también Bergoglio quiso trasladarla a la compleja estructura de la administración vaticana.

Cuando asumió, ese día lluvioso del 13 de marzo de 2013, tenía detrás de sí la renuncia de Benedicto XVI, un Papa tildado de conservador que ejerció su cargo entre crisis económicas, sospechas de manejos fraudulentos del Banco del Vaticano (IOR), los VatiLeaks, las acusaciones de pedofilia al clero y las luchas e intrigas por el poder dentro del estado Vaticano.

Austeridad. El Papa Francisco visitó leprosos y lavó pies, como el monje franciscano

A pesar de esa pesada carga, si bien no se sacó la ropa delante de quienes iban a juzgarlo (el mundo entero), como hizo Francisco en Asis, en su primer saludo público en la Plaza San Pedro, el Francisco sudamericano salió a saludar a la multitud con un sencillo “buenas noches”, sin la tradicional capa roja papal ni la enorme cruz dorada sobre el pecho, insignias pastorales. En vez del oro, como Francisco, prefirió su propia cruz de hierro y en vez de bendecir a los feligreses, se hizo bendecir por la multitud, un gesto nunca antes visto que abrió el camino de una nueva era ecuménica de a dos, como hacían por la calle los fransciscanos.

El Papa Francisco impulsó reformas que impactaron en los tribunales eclesiásticos, la burocracia interna, la comunicación, la atención médica, la ayuda de la Iglesia en catástrofes naturales, los inmigrantes, la economía y las finanzas, los menores y desde luego los pobres.

Sus gestos pastorales llamaron la atención del mundo entero que, en diversas coberturas, intentaba retratar “el fenómeno Francisco”, el de “un Papa que empuja”, como refería la prensa francesa. El mismo año de su elección, en 2013, la revista Time lo incluyó entre las 100 personaslidades más influyentes del año y, algo histórico, su perfil de enviado de Dios que venía a revolucionar lo hizo portada de la revista Rolling Stone, que nada tiene que ver con el mundo sacro.

LV/fl

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