«¡Sino hay unidad no vamos a poder caminar por la calle! ¡Nos van a putear los nuestros!». La advertencia de Sergio Massa debió sonar fuerte en los oídos de sus interlocutores. Escraches, insultos y alguna que otra piña, imágenes paganas del 2001; crisis de un proyecto ya en crisis. En esa advertencia se cifran todas las tensiones de una fuerza que armó listas con fórceps y, aun así, no pudo evitar astillarse aquí y allá.
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Del otro lado, al oficialismo lo atraviesan también numerosas tensiones. Subordinando a gran parte del PRO, la asociación ilícita que lleva el nombre de La Libertad Avanza (LLA) cerró listas a costa de alimentar rencores. Las autodenominadas “Fuerzas del Cielo” terminaron arrastrándose en el barro, ninguneadas por la entente que conforman Karina Milei, los Menem y Sebastián Pareja. Vomitaron furia en las redes sociales, ese territorio que dominan cada día menos. Los armados nacionales hacia octubre -más reducidos en cuanto a volumen- difícilmente suturen heridas.
Estalladas, ambas coaliciones apuestan al único mecanismo que parece haber sobrevivido del viejo sistema de partidos: la grieta. Mileísmo y peronismo están obligados a la trama de la polarización como único medio para asegurar los precarios armados. Mal menor de un lado y del otro; votar con la nariz tapada para impedir que gane el “mal mayor”.
Método gastado de repetido, la “nacionalización” de la campaña pretende transformar elecciones legislativas en una suerte de balotaje, donde solo cabría elegir entre dos opciones, ambas pésimas. La apatía electoral encuentra allí parte de sus raíces.
Aturdido en su propia prepotencia, el presidente apuesta a esa orientación. El sábado, ante el decadente espectáculo del cierre de listas, eligió tildar al peronismo de “monstruo”. Seguramente repita argumento este martes, en el FachoFest convocado en Córdoba. El adjetivo resulta un tanto insólito. Milei es una de las pocas autoridades que, a nivel mundial, defiende el atroz genocidio que comete Israel en Gaza. Es, además, garante de un salvaje plan de ajuste que pone el interés del capital financiero por encima de la vida de millones de jubilados. Solo allí hay mucha más “monstruosidad” que en la lamentable rosca del peronismo.
Del otro lado, en las trincheras de la rebautizada Fuerza Patria, los discursos también apuestan a la polarización. Este lunes por la tarde, fingiendo demencia ante la feroz interna propia, Axel Kicillof hizo un llamado a fortalecer “el escudo” al ajuste mileísta que conformaría el peronismo. El gobernador presentó a su espacio como la “única opción” ante esa derecha salvaje.
Pero la metáfora del “escudo” se esfuma ante la realidad. El propio gobierno de Kicillof aplica un duro ajuste a sus propios trabajadores estatales. Lo han denunciado docentes, personal de salud y los trabajadores del Astillero Río Santiago, entre muchos otros. Además, en territorio bonaerense, grandes patronales como Georgalos y Secco despiden ilegalmente con total impunidad. El “escudo” no impide cesantías ni frena la degradación del salario. ¿Cómo se supone que para la ofensiva de la ultraderecha gobernante?
Las contradicciones no se agotan en las palabras del gobernador. La misma cúpula de la CGT que apoya a Axel Kicillof se sienta en la mesa del Consejo de Mayo, mini-parlamento del ajuste en curso. Gerardo Martínez, ocupante antediluviano de la conducción de la Uocra, volvió a ocupar un lugar junto a Federico Sturzenegger, rostro lívido del ajuste más violento, responsable del despido de miles de trabajadoras y trabajadores estatales. ¿Ese es el “escudo”?
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“Unidad hasta que duela”, como se dijo alguna vez, en este peronismo se alinea más de un colaborador del ajuste actual; se alinea, también, Guillermo Moreno, activo promotor del acercamiento con Victoria Villarruel.
La operación encuentra la colaboración de los grandes medios afines a cada coalición política. La derecha mediática, aportando a la demonización del peronismo; los medios cercanos a Kicillof y Cristina Kirchner, alimentando el discurso del peronismo como “única opción” electoral.
En esas usinas se alienta, también, ese cambalache electoral que asumió el nombre de Somos Buenos Aires. Intentando rehabilitar la añorada “ancha avenida del medio”, esa endeble coalición anota radicales, macristas, peronistas y otros muchos sostenedores del ajuste oficial. Una suerte de “segunda opción” para votantes del PRO o la misma LLA. Un video que circuló ampliamente ya mostró la “consistencia” del armado: empujones, gritos y casi, casi…piñas.
La operación política y mediática en favor de la operación implica disminuir el peso del Frente de Izquierda. Rebajar la importancia de un espacio político que tiene diputados nacionales, legisladores provinciales y concejales en Provincia de Buenos Aires y otros puntos del país. De una fuerza que, además de esa representación política, es referencia de la oposición social que le vino poniendo topes a la feroz ofensiva ajustadora.
La decisión no es inocente. El Frente de Izquierda encarna una perspectiva opuesta a la que defienden las estalladas coaliciones capitalistas. Ante el ajuste feroz que ofrece el poder económico, propone un programa para que la crisis la paguen quienes ganaron bajo todos los gobiernos: bancos, capital financiero, grandes petroleras, cerealeras y el agro-bussines. Un programa para impedir que la crisis siga recayendo sobre las espaldas de las mayorías trabajadoras.
En un escenario marcado por la apatía electoral, dónde el también alcanza a quienes se presentaron como reverso de “la casta”, la lista que encabezan Nicolás del Caño (3° Sección) y Romina del Plá (1° Sección) ofrece una opción capaz de canalizar el creciente malestar social.
Plagado de restricciones antidemocráticas, el escenario electoral limita la difusión de la perspectiva del FITU. El combate de la izquierda es, como casi siempre, contra la corriente. Compite con fuerzas políticas respaldadas en los aparatos del Estado nacional, provincial y, lógicamente, de cada municipio. A esa pelea es preciso sumarse.
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