El taconeo de sus botas negras retumba en el pasillo, eco que envuelve de mística su camino hacia La Profecía, espectáculo que él mismo creó para celebrar 40 años con el disco. Del otro lado, el coro de miles de voces baja en un potente «Olé olé olé Sandro Sandroooo» desde el super pullman a la platea del Gran Rex. Son las nueve y media de la noche del domingo 16 de mayo de 2004, Y Sandro, sin saberlo, va a iniciar por última vez su ritual sagrado.
Antes, le entrega su reloj -un Cartier, malla de cuero negro- a Aldo Aresi, su mánager, en una ceremonia repetida durante más de treinta años: “Porque un artista no puede estar en el escenario mirando la hora”. Cada tanto voltea la cabeza, guiña el ojo, cuenta un chiste, ríe y levanta el pulgar derecho, al compás de su público, fiel como ningún otro, delirando por él.
Sandro luce look gitano (de eso trata la primera parte del show): camisa y pantalón negro, chaleco largo de cuero bordó, chalina y sombrero de fieltro. Lleva en su meñique derecho el anillo de sello grabado con Leo (su signo del zodíaco) y en la muñeca izquierda, la del corazón, la pulsera de oro que fundió cadenitas, dijes y aritos arrojados a lo largo de este romance eterno por sus legendarias Nenas.
En el escenario está todo tal cual lo diseñó en su carpeta del proyecto La Profecía, que guardó en su casa de Banfield. Un rosetón medieval -vitreaux copia de la Cathédrale de l’Assomption de Notre-Dame, en la ciudad de Chartres-, y naipes de tarot y franceses que aparecen entre el juego de luces y el fondo de la escenografía.
Lo acompañan en esta obra teatral-musical: Rita Cortese, como la gitana Esmeralda, y Matías Santoiani, en el papel de Tiago; la orquesta de 14 músicos; el trío Butterfly integrado por tres cantantes argentino-japonesas; y la coreografía del cuerpo de bailarines dirigido por Daniel Fernández.
Con libro de Marcos Carnevale sobre una idea original de Roberto Sánchez, según consta en la rutina del guion, con carátula en negro, su dibujo de una rosa roja debajo del nombre del espectáculo, fecha 18 de noviembre de 2003 y al lado de ésta, otro de sus diseños: una champañera con su botella, dos copas con burbujitas y dos rosas rojas.
Abre la fanfarria Amanecer, de Así habló Zarathustra (de Richard Strauss, siempre presente en el comienzo de sus shows), los bailarines hacen una introducción gitana y entre las sombras, Sandro canta “Me fui, pero ya volví, para bien o para mal. El resultado final es que estoy de nuevo aquí…”.
El tema que compuso en la Nochebuena de 2003, una vez recuperado de la neumonía aguda que un año antes le había provocado un paro respiratorio, dispara la primera de sus confesiones:
Sandro, en su último show. En la primera parte se vestía como un gitano.“Sinceramente, estoy muy emocionado porque, como bien acabo de cantar, hace un año pensaba que jamás volvería a subir a un escenario. Es una emoción doble. Primero, saber que sigo vivo. Y, además, que de nuevo puedo estar con ustedes. (…)
«En diciembre del año pasado como dije en la canción estuve veintiún días internado, siete con un respirador, que aquellos que han tenido alguna vez la desgracia de tener que usarlo sabrán cómo te dejan las cuerdas vocales. Y las cuerdas vocales para una persona normal bueno vaya y pase, pero para nosotros los cantantes es nuestra herramienta de trabajo».
2Recuerdo que cuando me sacaron ese aparato espantoso de mi garganta, quise empezar a hablar y dije… nada, ¡no puede decir nada! (hace mímica, como si hablara, pero sin voz). Hay mucha gente que está aquí que ha visto la película El Padrino, ¿se acuerdan? Marlon Brando cuando está en el hospital que lo quieren matar y le mueven la camilla para todos lados, enfermera incluida y al papagayo también (risas) Entonces, recuerdo esa escena y lo primero que dije: “Michael, ¿dónde está Michael?” (imita a Brando) ¿Por qué no vino Michael? Bueno, no quedó nadie, ahí se dieron cuenta de que yo ya estaba vivo, porque seguía bromeando”.
Cantar y actuar
Sandro está aferrado al micrófono de “MacGyver”, ése que ideó en 2001 junto a su kinesiólogo Iván Guevara, para recibir oxígeno a través de un tubito conectado a unos tanques instalados en bambalinas. Oxígeno que también le llega desde una rosa apoyada en el piano de cola. Mientras, alterna canciones con recitados y actuaciones. Cara de gitana, Zíngara, Todito te lo consiento, Si tú te vas, Noche de amantes y Se me van las manos (a dúo con Cortese).
Arranca el segundo acto con el trío Butterfly y su versión en japonés (sí, como se lee) de Bésame mucho. Su público lo sorprende -en realidad lo hizo cada noche- con un feliz cumpleaños por sus cuatro décadas con el disco, cumplidas el 13 de noviembre de 2003.
“¡Gracias mi pueblo, gracias mi gente! Recuerdo que lo único que le pedía a Dios era poder festejar mis cuarenta años. Y Dios es demasiado generoso conmigo, porque me lo ha regalado. Y eso es gracias a ustedes que están aquí en esta fiestita».
Impecable esmoquin para Sandro en su último concierto. Fue el 16 de mayo de 2004, en el Gran Rex.«No quisimos traer una torta porque si le ponemos cuarenta velitas más que una torta iba a parecer ¡una macumba! Pero sabemos que cuarenta años en este trabajo, con el cariño de ustedes no se consiguen todos los días, por eso digo que Dios me privilegió. ¡Gracias de verdad!”.
Es el turno de La ruleta del amor, un novedoso sistema de sorteo con los números de las entradas para hacer realidad el sueño de una de sus Nenas. Cuando la estrenó en 1998 era un bolillero, pero se perfeccionó y devino en una súper ruleta con luces titilantes.
En esta función, la afortunada es Vilma, una argentina que vive en los Estados Unidos. Sandro, ya elegante y seductor con impecable esmoquin negro, entona romántico Yo te haré mujer, baila con ella bien pegaditos y le regala una flor.
Las canciones que nunca faltaron
El programa de «La Profecía», el último espectáculo que dio Sandro, junto a Rita Cortese y Matías Santoiani.Por supuesto, están las imprescindibles: Quiero llenarme de ti, Así, Porque yo te amo, Te propongo y París ante ti. El teatro se ha convertido en un templo.
“Una más y no jodemos más…”, ruegan las Nenas.
Sandro acomoda “la posición Rosa Rosa”, es decir: piernas abiertas, hombros erguidos, pelvis atenta, ceja levantada y sonrisa “de coté”.
“Me voy a jugar la vida. Este espectáculo se va a llamar Sandropausia…” (se tienta, pierde la posición y vuelve acomodarse).
“Ay Rosa dame todos sus sueños, dueño de tu amor quiero ser…”, se contonea divertido.
Sandro debutó con La Profecía el 5 de marzo de 2004, en Rosario, y el 12 en Buenos Aires.
Durante las 21 noches en la calle Corrientes lo acompañaron una notable selección de estrellas, desde Susana Giménez (la invitó al escenario, le susurró Tú me enloqueces, el tema de la película que protagonizaron en 1976 y le cantó Dame el fuego de tu amor) hasta Mirtha Legrand (le recitó su poema ¿Sabes qué tengo aquí, en estas manos? y le regaló una rosa roja).
El reloj avisa que son pasadas las doce de la noche.
La picardía del ídolo
Sandro, en su último concierto. Bata roja y aparición pícara para los bises.Es la madrugada del lunes 17 de mayo de 2004 y las luces del teatro se encienden, iluminando a las Nenas que aplauden de pie, agitan banderas, saltan enérgicas, revolean sacos, pañuelos, vinchas o lo que tienen a mano.
Por una diminuta apertura del telón, asoma solo su pie derecho y lo mueve de derecha a izquierda graciosamente. El teatro se infla con un “aaaaaaa” unánime.
El ídolo saca su cara, levanta la ceja pícara y se ríe cómplice. El telón se abre. Reaparece en su bata roja con lenguas de fuego y se abraza para abrazar simbólicamente a las 3208 personas que se estiran hacia él queriendo tocarlo, estrujarlo, acariciarlo, o lo que se pueda.
“¿No me digas que no estoy fogoso? Es la tercera bata, la segunda me prendí fuego como Pinocho cuando se dio cuenta de que era de madera. ¿Qué quieren de mí? ¡Sádicas! ¡Ustedes son insaciables!”.
Pide el banquito, una copa de gin: “Con un platito de fideos. ¿Ustedes saben el hambre que tengo? Se seca con la toalla (roja, ¿de qué otro color puede ser?) y bebe un sorbo.
“Hay canciones a través de los años y hay hechos que son como inamovibles, ustedes han escuchado ahora una selección que mayormente son aquellas que ustedes han elegido y hay que cantar siempre».
«Entonces vamos a una canción (se inclina) Muñequitas mías, mis nenas (gritan) tomemos aire. La luz es azul ¡parezco un pitufo!, ¿no? (risas y aplausos) esta música y déjense llevar».
“Te quiero te quiero, te quiero, te quiero, te quiero… y ya nada importa. La vida lo ha dictado así. Si quieres, yo te doy el mundo, pero no me pidas que no te ame así. Si quieeeres yo te doy el mundo, pero no me pidaaas que no te ame así, que no te ame, así, así, así, así, que no te ame así”.
Con «Penumbras», el último concierto de Sandro alcanzó la plenitud absoluta. Con Penumbras el show alcanza una plenitud indescriptible.
El teatro explota de sensualidad. Sandro se ha entregado completamente. Esta vez no hace el bonus track con Dame el fuego de tu amor -en estas 21 noches no siempre lo hizo-, y se despide con la ilusión de volver el 18 de septiembre.
“Yo he gozado venir aquí noche a noche. Me causa una gran felicidad a pesar de que son momentos muy duros por mi problema, en fin, que sabemos todos, pero bueno uno lo hace como quien dice jugándose la vida».
«Entonces cuando uno encuentra cosas felices las quiere volver a repetir, pero como digo ahora soy un cantante de verano, así que después de estos 21 Gran Rex, como empezó el frío, Sandrito se guarda y volvemos en septiembre si Dios quiere, la Virgen lo permite, y el doctor Mazzei y todo su equipo nos dan una manito para poder hacerlo«.
«Y ahora sí. Hasta aquí llegó mi amor, gracias por todo y Dios me los bendiga. Gracias por compartir conmigo durante las últimas décadas un camino de algunas lágrimas y muchísimas sonrisas. Fue mi noche más conmovedora y no voy a olvidar nunca que estuvieron allí. ¡Hasta la próxima! ¡¡¡Gracias, gracias, graciaaaas!!!”.
Conmovido se abraza por última vez a su bata de seda roja con lenguas de fuego, ignorando, claro, que a sus 58 años será la última función, que nunca más pisará un escenario ni cantará en vivo ni volverá a ver un teatro lleno. Intuyendo que, desde ese momento, hace veinte años ya, sería recordado siempre como la misma felicidad.