Una banda relámpago. Un intento efímero que de funcionar hubiera podido cambiar el curso de la historia presidencial argentina. Eso fue Everest, la agrupación rockera de Javier Milei. Un conato Stone del que sobreviven sólo los cuentos de sus protagonistas.
Las siete letras elegidas como marca sintetizaban el hambre del ahora Presidente: la montaña más alta. Metáfora de su ambición, de su afán de altura, de imposibles. Ocho mil ochocientos metros, ahí en la frontera entre Nepal y el Tíbet, una misión de escalamiento que puede llevar a la muerte.
A Milei le gustó la sonoridad, el simbolismo, la connotación de ese gigante relacionado a los récords, las avalanchas, los desprendimientos y el poco oxígeno y así bautizó su sueño rocker. Este miércoles en el Luna Park habrá una suerte de revival de la faceta musical en la presentación del libro “Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica”
Corría 1988, ultimo tramo del gobierno alfonsinista. Después de vivir en una casa en la localidad de Sáenz Peña, en el partido de Tres de Febrero, el adolescente que atajaba en las divisiones inferiores de Chacarita ya se había mudado con su familia a la calle Salvador María del Carril, en Devoto. Desde su habitación revestida con posters de Mick Jagger, se le ocurrió fundar una banda que emulara a «Sus majestades».
«Él es así. Se mete en algo y si no llega hasta el hueso no para», define Hernán Boracchia, ex baterista de Everest, un argentino con -ahora- acento español, que vive en Formentera, la más pequeña de las Islas Baleares.
Alias «El pelado», Boracchia nació en 1970, 12 días después que Milei, un 3 de noviembre. Ingresó al Cardenal Copello en tercer grado, conoció en el salón de clases al hijo de Norberto y Alicia y empezó a tejer un vínculo gracias a un intercolegial de fútbol cinco.
«Éramos dos niños super divertidos, prendidos fuego«, lanza sus dagas desde un pueblito hippie de artistas, Sant Ferran de ses Roques. Para fines de la década del ochenta intentaba un trío musical con el guitarrista Juan Carlos Marioni (al que en su libro biográfico Milei califica de «talentosísimo guitarrista») cuando hubo cambio de planes. Junto a Milei sumaron a otros compañeros de colegio, Diego Parise (guitarrista) y Diego Vila (bajo), y se armó el quinteto.
Milei, el cantante del grupo, junto a la batería.La primera reunión de grupo fue en casa de Hernán, en José Cubas 4558, Villa Devoto. «Algunas de las letras eran de él, como el blues Ventilador de mierda, que iba contando la historia de los dioses griegos y después se iba poniendo más punk. Juan Carlos (Marioni) decía: ‘¿Esto es un blues?. No da la vuelta del blues, no tiene una cadencia lógica’. Nos quiso culturizar y, finalmente, se adaptó a nuestra manera».
Hubo apenas dos presentaciones con público antes del desarme musical y la bifurcación de esas vidas. Una fue en un Polideportivo de la calle Beiró, el otro en Pizza Bar, en Palermo. De esta última hay un documento que lo atestigua, la grabación doméstica en casete que Boracchia ruega esté aún en manos de Milei. «Ese día se vistió con una campera de jean, pantalón blanco ajustado y camisa blanca. Se fue quitando prendas y terminó con el torso desnudo».
Días de furia Stone
La discoteca de Milei atesoraba discos de AC/DC, Led Zeppelin, Deep Purple y otros artistas extranjeros. La devoción hacia los Stones llegó, en realidad, vía los cuatro de Liverpool: «En su momento para Javier sólo existían Los Beatles, pero un día él escucha decir a Lennon que le gustaban los Stones y se fanatiza», detalla Boracchia, el único de los músicos que aceptó participar de la nota.
Brown Sugar era la canción de los Rolling más armoniosamente lograda por Everest. El segundo lugar del podio era para Jumpin’ Jack Flash. «La banda no nos acercó a las mujeres. No ligamos nada«, se ríe Boracchia, que mientras veía disolverse la ilusión fue convocado al servicio militar.
-¿Alguna anécdota de alguien a quien le molestara lo que hacían?
-Uno de mis vecinos, no recuerdo su nombre, se quejó un día por el ruido de los ensayos y nos dejó sin luz. Hinchado las pelotas, quitó los fusibles. Después de eso empezamos a alquilar salas de ensayo.
-¿Cómo era él musicalmente hablando?
-Que yo recuerde nunca estudió música, sí teníamos la materia en el secundario, pero nunca pasamos de tocar flautas. Él aporreaba una guitarra electroacústica, pero en Everest sólo cantaba. Javier no tiene una gran voz, pero como showman era impecable. Las hacía todas. La gente explotaba. Era como un imitador de Mick Jagger.
-¿Cómo se movía en el escenario?
-Exacerbaba los movimientos, arrancaba con una parodia de Jagger y terminaba siendo él. Recuerdo que en un show, por ejemplo, encontró un rollo de cartón como de un metro y empezó a hacer payasadas. Claramente era un rebelde.
Milei en épocas en que atajaba en Chacarita.-¿Su hermana, Karina, tenía algún rol en el funcionamiento de la banda?
-No. Ni estaba en los ensayos. Sí estuvo como espectadora las dos veces que tocamos en público.
-¿Creés que Everest hubiera podido tener una mejor y más larga vida?
-Duró lo que tenía que durar. No éramos los más virtuosos, pero nos divertimos. Estuvo buenísimo. Si Javier se hubiera dedicado a la música, habría fracasado. Y no está en su ADN fracasar
-¿No había ni el más mínimo indicio entonces de un camino político?
-Nunca imaginé que llegaría a presidente. Esto se gestó en los últimos años. Él arrancó dando la batalla cultural del liberalismo y se dio cuenta de que tenía que saltar a la arena política. No hay libro que resista esto que pasó en tan poco tiempo para él. Es único en el mundo.
-¿Mantienen una amistad estrecha con el Presidente?
-Por supuesto. Hablé con él por WhastApp hace unos días. La amistad se mantiene a pesar de la distancia. La última vez que nos vimos en Buenos Aires fue cuando él vivía en el Abasto, antes de la pandemia. Para que tengas una idea de qué persona era conmigo: hubo una época en que yo venía con muchos problemas en mi hogar con mi mamá y papá. Armé el bolsito y en dos o tres días llegué a Rosario. Claro, no tenía una puta moneda. Pegué la vuelta y cuando llegué estaba Javier esperándome.
Boracchia se considera melómano «como Milei». Solían compartir veladas de ópera en el Teatro Avenida y vivió junto a su coequiper la llegada de los Rolling Stones por primera vez a la Argentina, en febrero de 1995. «Vimos juntos primero a Keith Richards en un festival de 1992 en Vélez, y años después a la banda toda en River. A mí no me daba el bolsillo y fui al primer y último recital, mientras que él fue a las cinco fechas».
Boracchia, el baterista amigo de Milei.La expedición musical de Everest duró un suspiro. Los alpinistas con las hormonas incendiadas buscaban hacer cumbre, pero resistieron menos de seis meses de zapadas. En su libro El camino del libertario, el propio Milei hace el balance de su brevísima labor como cantante: «Con mi paso por la música pasa lo mismo que con el fútbol: quienes vieron y acompañaron el proceso dicen que era bueno. Mi percepción no es tan optimista».
Milei se abrió de los pentagramas, decidió estudiar Economía en la Universidad de Belgrano y empezó a obsesionarse con el estudio del déficit fiscal, la emisión monetaria, las curvas, el PBI, el keynesianismo. Boracchia tomó el camino opuesto, el de las metáforas y la semántica. Se hizo escritor y publicó 666, un libro de microrrelatos sobre «seis sentidos, seis no emociones, seis reinos».
«A mí me vino a buscar otra banda, Represión más IVA, y dije ‘me voy con ellos. Y todo terminó’, cuenta el hombre que acaba de firmar contrato con la editorial Diversidad literaria para publicar la novela La desalmada.
«Lamento que no hayamos registrado las canciones de Everest. Javier escribió, por ejemplo, Ninfómana, dedicada a una compañera de colegio», cierra Boracchia con reparos a la hora de reproducir fragmentos. Comparte, en cambio, parte de los versos furiosos de Ventilador de mierda, tema extremo firmado por J.M. «Cuando a Dios se le terminó el barro con el que modelaba a los hombres, esperó a que estos cagaran y así los terminó haciendo de mierda».