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Abascal impone su duelo con Feijóo y fuerza a Vox a resistir en la oposición pese al malestar interno

“Ni queriendo podíamos seguir dentro de los gobiernos. Era inevitable. Santiago lo decide por pura coherencia. Si no, no habría sido él”. El mensaje se repite en el núcleo más cercano al líder de Vox ante la lectura extendida de que la decisión ha sido un “suicidio político” y la perplejidad todavía de buena parte del PP, que hasta el último momento dudó de que consumarían la amenaza de ruptura.

Santiago Abascal sacrificó los cinco gobiernos autonómicos asumiendo riesgos internos para priorizar su duelo -ya absoluto- con Alberto Núñez Feijóo. El primero que afronta es un cuestionamiento a su propio liderazgo que, por ahora, en la dirección nacional de Vox niegan. Un consejero de Extremadura, el único que había, ha decidido continuar. Y hay otro caso en Castilla y León. Los cuatro vicepresidentes autonómicos acataron la postura del partido, aunque algunos lo hicieran con bastante malestar. Incluso quedó evidenciado por los gestos tras la comparecencia de Abascal. Fue un caso muy claro el de Vicente Barrera, hasta ahora número dos de la Comunidad Valenciana. Las deserciones, en principio, se han parado ahí.

El segundo gran riesgo todavía está por calcularse. Aunque Abascal aseguró que los electores comprenden la posición -”y me atrevo a decir que también los del Partido Popular”, dijo- de salir de los gobiernos después de que las CCAA aceptaran el reparto de menores migrantes que siguen en Canarias, no hay una convocatoria electoral cercana que vaya a poner a prueba el movimiento. En el PP creen que esta decisión “borra del mapa” a Vox y que perder el foco institucional es un error de primer orden, “desproporcionado” y que ni siquiera lo midieron bien. Acusan al dirigente que durante tantos años estuvo en el PP de estar actuando con “inmadurez”

En el partido de ultraderecha las cosas se ven muy distintas. La hoja de ruta marcada por Abascal y un núcleo muy pequeño de las personas que realmente toman las decisiones y marcan la estrategia mira al largo plazo. Primero, porque la presencia en los gobiernos autonómicos, consideran, les estaba penalizando más que beneficiando. No tenían margen para imponer sus políticas ni de inclinar la balanza en muchos aspectos que son nucleares. Por eso Abascal aseguró que desde fuera de los ejecutivos podrían volver a sus esencias, recuperar sus “posicionamientos auténticos”.

La inmigración no es un tema más. Es -como para el resto de la ultraderecha en Europa- la batalla política e ideológica más importante del momento. Y con el futuro lo seguirá siendo. Las comparaciones de Abascal con otros líderes europeos se suceden, pero el ejemplo francés de Marine Le Pen y la situación de Francia es, quizás, uno de los espejos más importantes. 

El convencimiento dentro de Vox de que ni PP ni PSOE están abordando el fenómeno migratorio en España (tampoco en Europa) de la manera correcta rige buena parte de sus movimientos. Eso lo comparten con el resto de integrantes del grupo del húngaro Víktor Orban, aunque también, en el fondo, con la italiana Giorgia Meloni, a la que han terminado abandonando en la Eurocámara. Es decir, el camino emprendido en Europa y la prioridad a esas alianzas internacionales sin ser un partido de gobierno ha tenido mucho peso. Aunque en Vox lo niegan, la irrupción del partido de Alvise Pérez en las elecciones europeas es también un nuevo factor de riesgo con el que Vox, ahora desde fuera, puede confrontar fácilmente. 

Lo que realmente desató la crisis

Cuando Vox tomó conciencia de que el PP pensaba apoyar la distribución de los menores extranjeros no acompañados en la reunión de Santa Cruz de Tenerife a mediados de semana, Abascal se lanzó a un órdago sin retorno. Ya se habían producido avisos públicos y privados en las autonomías. El partido ultra se negaba a la acogida. Aunque fueran los 347 adolescentes y niños que se hubieran pactado previamente. “Dijimos que no y no lo aceptamos”, repetían.

Las conversaciones con el PP a nivel autonómico se intensificaron. La realidad es que las comunidades no tienen el mismo punto de vista entre sí. Los conservadores mantienen un discurso de solidaridad pero, al mismo tiempo, las autonomías que se declaran colapsadas (Comunidad Valenciana y la Región de Murcia, porque Andalucía gobierna el PP en mayoría absoluta y las ciudades autónomas tampoco dependen de Vox) comparten el mensaje de que los recursos no son ilimitados. Y de que “no se puede seguir acogiendo” según fuentes de los gobiernos autonómicos “si el Gobierno central no se implica de lleno”. En el caso murciano la capacidad está ya al 200% y los valencianos la cifran en el 170%.

Como publicó este diario, Vox presionó para que algunas comunidades se replantearan su posición. De hecho, contaban con que lo harían. Por eso Abascal culpó a Feijóo después de haber “obligado” a sus barones autonómicos a votar a favor. Afirman que estaban por la abstención y que así pensaban defenderlo hasta horas antes. 

“Feijóo no soportaba lo de la ultraderecha”

La realidad es que en las comunidades -a pesar de todas las dificultades- existía un entendimiento. La verdadera guerra llevaba mucho tiempo desatada en Madrid. Y la hostilidad entre Feijóo y Abascal en este momento no puede ser mayor. En el núcleo duro de Vox insisten en que “Feijóo no soportaba que cada semana le dijeran que pacta con la ultraderecha en la sesión de control”.

El núcleo duro del partido ultra reitera que Feijóo “nunca quiso esos pactos” y “siempre quiso terminar con ellos”. Y ahora, aunque sin elecciones a la vista, la derecha está ya en una batalla sin reconciliación posible. Siempre y cuando tengan a sus partidos detrás dando respaldo, la hostilidad no terminará.

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